Venezuela

No hay tiempo que ganar (II)

La estrategia de la MUD se ha topado con unas dificultades que colocan en crisis su perfil y el contenido de su proceder. 

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Foto: Andrea Hernández

Puesto que la sensación de balance se impone, es necesario asumir las consecuencias del tránsito infructuoso de este 2016; la sensación de acritud y fracaso. Las marramucias institucionales del chavismo han ignorado por completo el malestar popular expresado en las calles y le han causado daño a la confianza en la institución del voto.

La estrategia de la MUD se ha topado con unas dificultades que colocan en crisis su perfil y el contenido de su proceder. El oxigeno para hacer política no abunda.  La Mesa evidenció unas insuficiencias irritantes, colectivas e individuales, en un momento importante. Su conexión con la calle está mellada. Esta situación puede ser superable, pero la crisis existe, en virtud de sus inconsistencias. Deberá apretarse los pantalones el liderazgo opositor, su liderazgo más notorio y conspicuo, para estar de verdad a la altura del problema.

Quienes seguimos decididos a continuar en Venezuela tenemos que asumir, irremediablemente, los escenarios que se aproximan. 2016 se fue.  La profundización del proyecto autoritario no se traduce en la consolidación de circunstancias estáticas.  Vivimos un momento muy inestable. Frustrar un Referéndum no es frustrar una elección presidencial. El umbral que nos queda se llama Elecciones Presidenciales 2018. La causa democrática es un sentimiento mayoritario. En la Venezuela cotidiana, técnicamente, la polarización social se ha ido atenuando.

Quiero decir con esto que lo peor que puede hacer la sociedad democrática en su vida cotidiana es asumir que en Venezuela “no habrá más elecciones”, y muchísimo menos pretender comportarse en consecuencia. Sería un disparate imperdonable andar pontificando esa sensación.   Nadie puede tomar decisiones en política, y menos en un momento como éste, a partir de hipótesis completamente peregrinas. Por mucho que Maduro diga lo que haya dicho. El país tiene dos estaciones electorales ya bastante cercanas y es necesario organizarse en torno a ellas. Organizarse en el sentido literal de la palabra.

El mapa del poder del chavismo puede tener sectores interesados en que no haya elecciones, o que se celebren amañadas, no hay dudas.  Será el reto. Habrá muchas tensiones encontradas en uno y otro sentido. En Venezuela se están organizando elecciones presidenciales hace 60 años.  El mapa de poder del chavismo, además, no es completamente rojo. Su corazón, su núcleo concéntrico, es rojo y poderoso: el alto mando chavista y su radio; la nomencklatura del PSUV y algunos sectores de sus movimientos sociales. En ellos hay discrepancias en torno a estos puntos. Hay, además, densos sectores del organigrama chavista, silentes, pero amplios y espesos, que, antes que rojos, son más bien rosados: en el Poder Moral y las bases tribunalicias; en la Fiscalía, en CNE; en la Defensoría del Pueblo y, por supuesto, en las propias Fuerzas Armadas, zona donde esta gradación incluso desaparece en medio de la informidad silente. La presión internacional, que algunos asumen como disuelta, se reactivará en cualquier momento. Ahí está Mercosur. La fisiología del chavismo es, por naturaleza, consultiva. No vamos a un referéndum “opcional”. Vamos a las Presidenciales.  La presión por una consulta aumentará con el paso de los meses en el chavismo.

Cualquier cita electoral tendrá que ser enfrentada y justificada por el Poder Político ante el país, tal y como lo hizo el propio Hugo Chavez antes de morir –Chávez, que acababa de ganar las elecciones en octubre de 2012, aceptó repetirlas: no se atuvo al resultado recién electo para eximir a Maduro de volver a medirse en abril de 2013 (elecciones que por poco pierde).

Por muy estancado que se vea el panorama actual, la maqueta general de la crisis actual sigue teniendo elementos imposibles de obviar para cualquier político con cuatro dedos de frente. Si no se pudo resolver la crisis en 2016, toca empujar 2017 y 2018. Será necesario huirle como la peste al cinismo lacrimógeno y postrado.    La propia crisis insinúa el advenimiento de nuevas circunstancias antes de tiempo.   Las elecciones de gobernadores, aún vulneradas este año, deberán celebrarse, lo mismo que las elecciones presidenciales. Hay un país gigantesco, mayoritario, esperando su momento para expresarse. En lo económico y lo social, al chavismo ya no le queda tiempo que ganar.

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