Gastronomía

Cámbiale la cara al plato y come mejor en tiempos de crisis

En tiempos de crisis surgen buenas ideas y la gastronomía no está exenta de eso

Fotos: Pexels.
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La resiliencia es una palabra que implica un centenar de comportamientos, actitudes y sentimientos; sin embargo, en Venezuela puede que esté un poco saturada porque, en estos tiempos, todos hablan de ella pero pocos son los que, realmente, la llevan a la práctica. Ser resilientes implica adaptación a los cambios dentro de cualquier área: desde temas económicos hasta la alimentación, todo dependerá de la actitud de la persona ante las situaciones que se escapan de su cotidianidad.

De esta manera, se puede afirmar que la resiliencia no se concentra en un solo ámbito porque, de la mano de esta palabra, va a otra llamada “cambio” que afecta cualquier lugar y cualquier tema. Como consecuencia, la alimentación no es inmune a los cambios, ni a las crisis ni a las dificultades pero tampoco es ajena a la resiliencia.

En un encuentro organizado por la Autoridad de Turismo de Aruba (ATA) en Espacios Daukaba, Mariángel Paolini, experta en ciencia de los alimentos y creadora de Cocina Segura, compartió que la resiliencia es la capacidad que tiene uno de adaptarse a las situaciones independientemente del país en el que se encuentre porque lo único constante en la vida son los cambios. Ser resiliente debe ser sinónimo de gentileza, aceptación y humildad.

En la actualidad, existe una desproporción en todo el globo terráqueo en donde, según Mariángel, la mitad de la población sufre de malnutrición y la otra mitad de excesos. Aunque, en un principio pareciera que la desproporción solo ocurre en Venezuela la realidad es otra, este problema se encuentra en todos los países del mundo a diferentes escalas o magnitudes. Por ello, distintas organizaciones se esfuerzan por generar espacios para crear consciencia de lo que sucede, de lo que está por suceder y de la resiliencia en tiempo de crisis alimentaria.

Uno de los cambios más importantes en torno a la alimentación ha sido la proporción de los platos la cual, en pocas palabras, ha aumentado notoriamente. Si uno viaja en el tiempo y recuerda las tazas de café de las abuelitas, se pudiera dar cuenta de que estas tazas eran diminutas en comparación a las que encontramos hoy en día. Lo más probable es que una taza de café de 1910 equivalga a una taza corta o a un café pequeño del año 2018.

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“El tamaño de los platos crece, las personas comen más pero sin saber si la porción es la adecuada o sin verificar si está ingiriendo los nutrientes que el cuerpo necesita”.

De igual forma, Mariángel hizo referencia a lo que denominamos “herencia” en donde los padres o abuelos les han ido enseñando a las generaciones de relevo que “no se pueden parar de la mesa hasta que el plato este limpio”. Con ello, las nuevas generaciones han sufrido del denominado “Síndrome del plato vacío” caracterizado por un panorama en donde las sobras no existen.

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Entonces, en un mundo cambiante, en un país caracterizado por la crisis y la escasez y con una herencia alimentaria que presenta un panorama lejano a las necesidades ¿qué se puede hacer? Ante situaciones de dificultad, lo primero que deberían hacer las personas es identificar con certeza cuál es la porción que el cuerpo necesita para realizar las actividades diarias con energía. Las personas se han acostumbrado a comer lo que se hereda porque las costumbres están ancladas al plato. Por esta razón, hay que esforzarse por escuchar la verdadera necesidad fisiológica para así estar más saludables. Paralelamente esto contribuirá a  disminuir el estrés  generado porque hay menos alimentos y menas opciones para comer y a  eliminar de la cadena de costumbres el “Síndrome del plato vacío”.

Paolini explicó que el plato debe estar constituido por 60 % de carbohidratos con o sin almidón (aquí también se incluyen los vegetales y las frutas), 15 % de proteínas y 25 % de grasas. Una buena manera de medir las porciones es a través de la mano; mientras que la palma (sin los dedos) equivale a la cantidad de proteínas, el puño equivale al arroz, la pasta, las frutas y el pan y las dos palmas a la cantidad de ensalada. Por su parte, los aceites equivalen a la punta del pulgar y los frutos o semillas a la mano llena.

Tener un diario de comida también contribuye a concientizar la alimentación ya que se pueden identificar las porciones de comidas o los tipos de alimentos que se ingieren. Mariángel aclaró que esto no significa tener un control excesivo sobre lo que comemos sino de crear una planificación para ver qué podemos eliminar de los hábitos de consumo y qué necesitamos.

“El diario de comida ayuda a que las personas tomen conciencia del valor que tiene el hecho de elegir lo que comemos dentro de la cotidianidad”.

Luego de conocer las porciones adecuadas, hay que entender que la edad también influye en la necesidad fisiológica ya que los requerimientos no son los mismos a medida que pasan los cambios. Este factor debe tomarse en cuenta para poder adaptar el plato a los cambios que suceden en el cuerpo.

A diferencia de lo que afirmaban los abuelos y que trajo como consecuencia el “Síndrome del plato vacío”, en la actualidad si sobra algo en el plato se reutiliza. La cocina es un laboratorio y la reutilización de productos forma parte de esta ciencia. Una buena manera de hacerlo y que Mariángel recomienda es “cambiándole la cara al plato» porque, con buena intención y entusiasmo, pueden salir sabrosas preparaciones frente a una situación que implica grandes retos.

“Si bien en tiempos de crisis, las personas han dejado de comer muchas cosas, esta situación también ha llevado a que se descubran nuevos sabores y se creen nuevos platos. La torta bejarana, la hallaca, la torta de pan y la sopa de cebolla fueron productos de aprovechamiento que hoy en día son reconocidos como deliciosos platos”.

Igualmente, es importante conocer cómo se pueden aprovechar al máximo los alimentos. De esta manera, los tallos, las semillas, las hojas y otros “supuestos desperdicios” pueden convertirse en sabrosas preparaciones.

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Mariángel invitó a poner el plato a servicio de la salud de los individuos; hay que cambiar la mentalidad de “vivir para comer” a “comer para vivir”. Culturalmente, el ritmo de vida del venezolano es muy rápido, las personas están acostumbradas a comerse cualquier “bala fría” o vianda rápida, lo que puede ocasionar estrés y la pérdida de un momento de esparcimiento y de disfrute. Definitivamente, el venezolano debe tomarse el tiempo para comer, para agradecer  por los alimentos y para apreciar los sabores.

“Hay que gestionar los cambios con cariño y no de golpe. El segundo cerebro del ser humano es el sistema gastrointestinal. Lo que pasa en la cabeza influye en cómo se siente en el estómago y viceversa”.

Si bien la situación de Venezuela es compleja y crítica, el venezolano tiene que practicar la resiliencia y ver a la cocina como un sabroso laboratorio de experimentos. De esta manera, pueden surgir nuevas preparaciones que se conviertan en herencia de una época y de una generación. En tiempos de crisis surgen buenas ideas y la gastronomía no está exenta de eso.

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