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Los libros se sientan a la mesa

Fotos: Cortesía Rubén Darío Rojas y Freeimages
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La comida es importante, nadie lo duda, por eso muchos libros recrean manjares y platos evocadores en sus páginas: la sopa de pollo de Orgullo y Prejuicio, la Chipolata de Ifigenia, la manzana de Blancanieves o los animalitos de caramelo de Cien años de soledad
                                                               “…los souffles y los hojaldres son los barómetros infalibles de la serenidad de un individuo…” Agatha Christie.
La literatura imita, reproduce o recrea la realidad humana -y si no es humana, la humaniza-.  No es de extrañar que la cocina y la alimentación aparezcan frecuentemente en las obras literarias.
El lector puede, por ejemplo,  encontrarse con  la cocina mágica: alimentos que  tienen poderes sobrenaturales y producen efectos especiales en los personajes. Otra de las presencias típicas de la cocina y la alimentación en la palabra escrita es apoyar la caracterización del personaje. Pero, en ocasiones, como en la vida, la comida se convierte en auténtico protagonista de la historia.
En un lugar de La Mancha
“Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”… Esta es la segunda frase de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y aunque a ojos del siglo XXI no parezca más que la mera descripción de una dieta bastante aburrida, en 1605 aportaba mucha información acerca del carácter del protagonista.
La novela de El Quijote fue escrita para un público contemporáneo que entendía perfectamente el lenguaje y el humor de Miguel de Cervantes y era capaz de apreciar los diferentes significados que tenía entonces la alimentación, señala la escritora española Gloria Sanjuan.

Foto: Sebastian Danon/Freeimages
Foto: Sebastian Danon/Freeimages

El misterio, hasta hace pocos años, estaba en la receta de los  “duelos y quebrantos”. Este plato típicamente manchego consiste en huevos revueltos con jamón, panceta (tocineta) o chorizo. Su mención en El Quijote y la procedencia de su nombre ha llenado miles de páginas escritas por académicos, filólogos e ilustres estudiosos que llegaron a hacer con ellos toda clase de conjeturas, incluyendo la del posible origen converso de Cervantes.
Los tiempos isabelinos
Las alusiones a la cocina en las obras de Shakespeare son continuas, no sólo a los platos, a los condimentos y bebidas, sino también al mismo ámbito doméstico, a lo íntima y amable que el recinto de la cocina representa.
En sus escritos se encuentran alusiones a la cocina extremadamente realistas: están en ellos toda la batería de cocina a la antigua, cacerolas, jarras y jarrones, recipientes para guardar manteca, tamices, coladores, cucharones. También figuran en el elenco -muy a menudo-  el horno, el hogar y las brasas.
La cocina y el jardín son dos alusiones constantes en la obra de Shakespeare. Algunos autores afirman que es su concreción de hogar, de vida feliz, sosegada y anónima, la vida que añoraba desde Londres y que fue la de su infancia.

Cortesía: Tim Brown / Freeimages
Cortesía: Tim Brown / Freeimages

El autor inglés pinta claramente el estilo de vida isabelino a partir de la dieta de la época, las carnes y los potajes, la importancia del pan recién hecho, de los vegetales, hierbas y frutas, así como los productos lácteos y bebidas. Sus escritos reflejan el savoir-faire de la reina Catalina que llega de Francia con Enrique V o los menús tan sofisticados del siglo XVI.
Las metáforas que usó Shakespeare en sus obras relacionadas al sabor y a la sazón de la comida, los sabores y a la cocina, los hábitos de la mesa y el arte de cocinar, pretenden explicar la cultura inglesa y su evolución, propone el mexicano Miguel Guzmán Peredo, algo así como las cantidades de jerez que bebía Sir John Falstaff en su vida, en tiempos de paz o en plena guerra.
El refinamiento de la cocina inglesa es también el del propio autor, así en medio de su gran preocupación por la cocina, es fácil ver que se expresa en su primera época por los platos poco refinados que pone en la boca de sus personajes, que comían con un apetito alucinante. Con el tiempo, el contacto con el mundo exquisito de la corte de Londres, le vuelve más exigente.
La presencia de sofisticados italianos, en  la Inglaterra del Renacimiento, sin duda contribuyó al mejoramiento de las costumbres culinarias. Isabel I se encontró de pronto gobernando una Inglaterra opulenta, lejana a la tosca época de Ricardo II. Ahora los vinos del continente regaban los banquetes y era sin duda una nación que no temía a nadie, y su perfidia –como la de Lady Macbeth- la mostraba preparada para conquistar el mundo.
Un bongo remonta el Arauca
Rómulo Gallegos publica su novela más universal en España el año de 1929, justo en el momento en que Los Llanos venezolanos, escenario protagónico de la historia, vivían profundos cambios. Precisamente Gallegos habla en su libro del enfrentamiento entre el atraso y el progreso, la civilización y la barbarie.
Los agentes dinamizadores de tales cambios eran básicamente la tecnificación progresiva tanto de la ganadería como de la agricultura, hechos que se hicieron notables a partir de la década de 1940, señala el investigador venezolano Rafael Cartay.
Atrás quedaba la vida pastoril y sencilla del llanero, que se alimentaba de los productos de la caza y de la pesca de agua dulce, de la ganadería extensiva donde el ganado pastaba cimarrón y del conuco. Surgía otro paisaje y otra sociedad. Lo rural estaba siendo sustituido por lo urbano. El triunfo de Luzardo sobre la ahora débil Doña Bárbara.
El escritor venezolano Freddy Castillo Castellanos describe detalladamente, después de un viaje por los ríos llaneros,  los componentes del ‘porsiacaso’ que lleva en el bongo Melquiades Gamarra:
“El Brujeador comió hallaquitas, carne seca y papelón, porque al navegar por esas aguas, supe que debía contener alimentos que se pueden mojar sin que tenga mucha importancia. Por eso deseché el casabe de mi lista”.

hallaquitas
Es que la cocina y por extensión la comida, sea como sea forman parte relevante -muy relevante- no sólo de la vida real, sino de la vida imaginaria, la literaria, entre ellas, evocando olores y sabores que, muchas veces hacen agua la boca.
Este lunes 23 es el Día del Libro. A devorárselos que hay con qué.]]>

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