Vida sana

Realidades impactantes de la alimentación en Venezuela

La posibilidad de darnos cuenta de nuestra absurda realidad es el punto de partida para iniciar el cambio que requerimos para mantenernos lo más protegidos posible mientras pasa el vendaval y prepararnos para lo que está por venir

Foto: Patrick Dolande
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Confieso que escribir este artículo me ha resultado abrumador pues ha puesto en evidencia cuanta falta hace tener a mano información de valor que nos permita tomar las mejores decisiones, especialmente al momento de comer. Algo tan sencillo como elegir lo mínimo indispensable para mantener una dieta equilibrada que garantice el buen desarrollo físico y mental, se ha convertido en un reto al que la mayoría parece sucumbir incluso antes de intentarlo y eso, para mi, se debe a esa inmensa deuda que tenemos en materia educativa, especialmente en el área de alimentación y nutrición.

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Venezuela siempre se ha considerado como un país “rico” y por décadas hemos vivido con esa creencia. No obstante, las estadísticas en materia de salud muestran otro panorama, pues de acuerdo al más reciente informe de la FAO (2013) Venezuela es el país con mayor número de adultos con sobrepeso y obesidad en Suramérica. Cerca del 30% de los venezolanos vive con sobrepeso lo que se traduce en un mayor riesgo a enfermedades no transmisibles como diabetes e hipertensión entre otras complicaciones que merman su calidad de vida y truncan el desarrollo de nuestra nación.

Un país donde un elevadísimo porcentaje de sus ciudadanos vive entre la desnutrición y el sobrepeso no puede considerarse como rico. Estos son claros indicadores de un país en deplorables condiciones de subdesarrollo.

Somos un país enfermo y no necesitamos cifras que así lo confirmen. Basta con mirar alrededor para darnos cuenta de que un sinnúmero de padecimientos incapacitantes están mermando nuestra capacidad productiva. Sin embargo, no parece ser la prioridad garantizar alimento sano y seguro al 100% de los habitantes de la tierra de gracia.

Tenemos un serio problema de malnutrición, entendido como la ingesta de alimentos por exceso o por defecto que merman el normal desarrollo de las funciones vitales, el desarrollo apropiado a temprana edad y el riesgo a contraer enfermedades no transmisibles.

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Alimentos ricos en carbohidratos amiláceos, con una elevada carga de azúcar son los protagonistas de esta triste historia.

El hecho mismo de aumentar la ingesta calórica como política pública ha sido desde sus inicios un problema, pues dado que tenemos un vacío de información en materia nutricional y el esfuerzo para cubrir la brecha ha sido insuficiente, el venezolano promedio ha incrementado su ingesta de calorías a base de fuentes hipercalóricas de muy deficiente calidad.

Tenga en cuenta que en países como el nuestro (y a lo largo de nuestra región pasa lo mismo) los alimentos de peor calidad nutricional son los más accesibles; no solo desde el punto de vista económico sino también logístico, por lo que gran parte de nuestra gente come cada vez peor, ya sea porque no come lo suficiente o porque come alimentos de calidad deficiente que sacian el apetito pero no la necesidad de nutrientes.

Somos más “gorditos” y a la vez estamos muy mal alimentados, algo que los especialistas llaman “la doble carga”.

Por otra parte, nuestra relación con la comida es de las más peligrosas pues como herencia de generaciones pasadas, “mientras más gordito más saludable” y eso se arrastra desde la niñez hasta la adolescencia donde los procesos orgánicos típicos de la edad favorecen el crecimiento exacerbado no solo hacia lo alto sino también hacia lo ancho, lo que ha dejado como consecuencia dificultades para alcanzar un peso saludable en edad adulta.

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Sincerar la ingesta de azúcares y harinas refinadas, disminuir el consumo de sal y de alimentos procesados son prácticas que deben inculcarse a temprana edad. La resistencia al cuido durante la cuarta y quinta década de vida nos hace vulnerables y nos condena a llegar a los años dorados con graves deficiencias en materia de salud que representan incapacidad aún en años muy productivos y una carga familiar importante.

Si bien es cierto que la obesidad es un fenómeno global, nuestras prácticas a la hora de alimentarnos no han sido de las más apropiadas pues en aras del “amor familiar” demostramos nuestro cariño con comida y eso afianza el hecho de que la comida no solo alimenta el cuerpo sino también el “corazón”.

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Comer lo que “le gusta” lo transporta a tiempos más felices y con ese efecto placebo pasamos el día entero callando esa necesidad de afrontar la realidad. Ya no somos ricos y debemos aprender a aceptar esa situación. No hablo de resignación sino de hacer cuenta de una realidad aplastante.

A este escenario súmele que vivimos en los tiempos donde todo debe hacerse “rapidito” por lo que la hora de comer se ha convertido en el “paso obligado” entre una actividad y otra. Comemos lo primero que conseguimos sin importar que sea bueno o no para el cuerpo y así nos pasamos la vida, heredándole estos comportamiento a las generaciones sobre las que somos influyentes.

En las principales ciudades del país ya no hay tiempo para volver a casa y tomar el almuerzo en familia. Usted seguramente come lo primero que consigue en el comedor o expendio local y sus hijos comen en vianda todo el día o lo que consiguen en la cantina y el fin de semana no “tenemos tiempo” debido a las múltiples ocupaciones con las que recargamos nuestra agenda.

Comer es un placer, así es pero que ese placer no se convierta en consuelo y en técnicas de evasión de la realidad. Lo necesitamos plenamente consciente del aquí y el ahora para afrontarlo con nuestro talento y trabajo honesto. Tenemos el problema tan instalado que nos cuesta creerlo. Nos estamos alimentando muy mal y eso ya nos trae gravísimas consecuencias.

Estamos enfrentando una de las peores crisis en nuestro país, cada día que pasa parece ser más difícil obtener lo básico para vivir: comida, vestido, seguridad entre otros. No obstante, soy una convencida de que tenemos suficiente talento para salir fortalecidos de todo esto, más crecidos como ciudadanos que saben que los recursos son finitos y que es imperativo cambiar nuestra forma de vivir para que podamos heredarle a nuestros hijos y nietos un lugar donde crecer dignamente.

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