¿Quién empaca tu paracaídas?
Ricardo Adrianza nos recuerda, a través de dos historias, que siempre habrá un alguien que a diario, y a lo largo de la vida, empaque nuestro paracaídas
Ricardo Adrianza nos recuerda, a través de dos historias, que siempre habrá un alguien que a diario, y a lo largo de la vida, empaque nuestro paracaídas
En algunos de mis artículos he destacado los beneficios de ser buena persona, que entre otras cosas incluye ser una persona agradecida. Desde mi óptica particular, ser una buena persona es un elemento clave para transitar y construir el camino a la felicidad.
Para refrendar este comentario, afortunadamente –con la llegada de la psicología positiva– la gratitud es reconocida como una de las fortalezas de carácter más asociadas con la satisfacción de la vida. Menciono afortunadamente, ya que tradicionalmente la psicología estaba más centrada en la comprensión de las emociones negativas.
La gratitud se define como el sentimiento de estima y reconocimiento que una persona tiene hacia quien le ha hecho un favor, por el cual desea corresponderle. Para mí la gratitud es mucho más que eso y se sustenta en dos componentes: nos ofrece una actitud mental positiva (valoras más profundamente las cosas de la vida) y nos aterriza para reconocer que necesitamos constantemente el apoyo de otras personas, lo que nos hace ser humildes, con los beneficios que esa virtud nos confiere como seres humanos.
Los efectos de ser agradecidos son muchos. Investigaciones científicas afirman que la gratitud activa el cerebro de forma notable y mejora funciones del organismo. Por lo tanto, su práctica puede cambiar en forma radical nuestras vidas, ya que nos permite adoptar una perspectiva diferente, centrada en el aquí y el ahora, que focaliza nuestra mirada en lo que tenemos o hemos conseguido, y le resta importancia a aquello que creemos nos falta.
Un corto resumen de sus beneficios:
Además, ser agradecidos mejora nuestra salud y lo que es mejor – quizás insólito – puede salvar tu vida. Te estarás preguntando cómo, aquí te explico con una historia de la vida real que alguna vez leí:
Un trabajador de una fábrica de alimentos refrigerados, en su rutina diaria antes de su salida del trabajo –por descuido– quedó atrapado en la zona de refrigeración, con el peligro que esto conlleva y con la particularidad de que era el último de su turno en salir. Sus gritos desgarrados no impidieron la pérdida de la consciencia al cabo de unas horas, antes de ser rescatado por el vigilante de la fábrica.
Cuando le preguntaron a este último, como sabía o intuía que había alguien en la zona de refrigeración, él contestó: porque la única persona que me saluda al llegar, se despide al salir y agradece a diario por mi trabajo es él. Al percatarme de que no había salido y no verlo en su puesto de trabajo, concluí que posiblemente habría ocurrido algún percance.
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Esta maravillosa e increíble historia reivindica, con hechos –¡y vaya que hecho!–, los beneficios de la gratitud y la virtud de ser humildes. Una mezcla explosiva que admite concluir que existe una conexión celestial.
Asimismo, esa historia me recuerda la del capitán Plumb, un piloto americano cuyo avión fue derribado en la guerra de Vietnam y que salvó su vida al lanzarse en paracaídas. Su historia es muy peculiar, ya que años después de ese incidente – fue capturado y estuvo seis años prisionero de las fuerzas norvietnamitas– dedicó su vida a dar conferencias relatando su asombrosa experiencia.
En uno de sus tantos viajes fue abordado por una persona que lo identificó, y le preguntó: «Usted es el Capitán Plumb y lo derribaron en Vietnam, ¿cierto?». El capitán sorprendido replicó al desconocido con «¿y usted como sabe eso?», la respuesta fue impactante para el capitán cuando oyó decir a aquel hombre: «¡porque yo empacaba su paracaídas! parece que funcionó bien, ¿verdad?». Ese momento lo marcó de tal forma, que modificó el enfoque de sus conferencias y no cesó de cuestionarse acerca de las veces que había visto a ese hombre en el portaviones y nunca le había dado los buenos días, mostrándose arrogante con la labor de un humilde servidor que, con su trabajo, le había salvado la vida.
Ambas historias nos golpean con fuerza la reflexión y nos reiteran el poder del agradecimiento, y su influencia en la vida de quienes lo practican.
Además, nos recuerda el valor que tiene cada componente en un equipo y que, en definitiva, siempre habrá un alguien que a diario, y a lo largo de nuestra existencia, empaque nuestro paracaídas. Y tú, ¿has pensado quien empaca el tuyo?