Se trataba del pernil, un jugoso y tradicional integrante de las mesas venezolanas durante la temporada navideña que ahora empieza…o al menos así solía ser. Las cosas han cambiado mucho. Y no precisamente para bien.
Los pasajeros se rehusaron a salir del tren paralizado a menos que les dieran los preciados cuartos traseros de cerdo. No obtuvieron lo que deseaban, pero igualmente terminaron desalojados por la Guardia Nacional y la Policía Nacional Bolivariana.
Las protestas por alimentos no son nuevas en la historia. Como tampoco son novedosas las reivindicaciones frustradas. Se cuenta que en los años previos a la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, el pueblo protestó por la escasez de harina, ingrediente central en la fabricación del pan. Cuando la reina María Antonieta oyó aquellos reclamos, preguntó con no poca ingenuidad: “¿Y por qué no comen pasteles?”.
La anécdota es muy conocida, pero con toda seguridad no es cierta (ni tampoco los supuestos “pasteles” eran tales, sino brioches, un tipo de bollo dulce). En todo caso, refleja un triste fenómeno universal y atemporal: la indiferencia de ciertas clases gobernantes ante el malestar y carencias de sus gobernados. El poder y los privilegios a menudo los ciega.
Más grave todavía que las carencias puntuales de alimentos resultan las fallas crónicas y masivas de éstos. O lo que es lo mismo: las hambrunas. Hay registros de ellas desde el inicio de los tiempos. La llamada “Estela del Hambre” del antiguo Egipto habla de una carestía de siete años ocurrida en el país del Nilo hacia el 2643 antes de Cristo. Es posible incluso que la famosa historia bíblica de las “siete vacas gordas y las siete vacas flacas” tenga su origen en este incidente.
Más cercana en el tiempo fue la “Gran Hambruna Irlandesa” de mediados del siglo XIX, cuando la destrucción de los cultivos de papa por una plaga causó la mortandad de hasta dos millones y medio de personas y desencadenó la diáspora de irlandeses por todo el mundo.
Casos como los arriba descritos partieron de factores naturales. Pero otras tragedias se debieron a la decisión premeditada de una casta gobernante para dominar a una determinada población o ejecutar una modernización forzada del país a costa del sufrimiento de millones.
El pasado siglo XX fue pródigo en totalitarismos colectivistas que actuaron bajo estos parámetros. Al menos dos ejemplos vienen a la mente: El “Holodomor” de Stalin en Ucrania entre 1932 y 1934, que mató por hambre a cuatro millones de personas; y el “Gran Salto Adelante” promovido en China por Mao Tse Tung entre 1958 y 1961. Algunas fuentes elevan la cifra de fallecidos a 36 millones de seres humanos.
Toda esta disquisición trágico-histórico-erudita nos trae de vuelta a los perniles del metro. La protesta puntual del subterráneo nos remite a la leyenda de los “pasteles” de María Antonieta…pero detrás de ella subyace algo más grave, el síntoma de una tragedia nacional alimentaria derivada de un grupo gobernante que ha hecho de los controles su principal política, con la consecuente escasez e hiperinflación. A estas alturas solamente se produce el 25% de los alimentos necesarios para satisfacer las necesidades nacionales.
El asunto todavía no alcanza los niveles chinos o soviéticos…pero van por buen camino. Los venezolanos cada vez más delgados, los que hurgan en la basura y los que abandonan por estampidas el país para escapar del hambre y en procura de una vida mejor son prueba de ello.