Buen apetito, señor presidente

La salud de hierro del doctor Ramón J. Velásquez

El doctor Ramón J. Velásquez era considerado "excelente diente", y le gustaba comer en su casa y en la calle, tanto en ventorrillos de carretera como en restaurantes de lujo

El presidente Velásquez con los nietos mayores Ramón Velásquez Gaspard, Laura Blanco Velásquez, María Fernanda Velásquez Cordero, Ligia Margarita Velásquez Gaspard y Tomás Blanco Velásquez. |Foto cortesía de la familia
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La llegada a la Presidencia de la República del doctor Ramón J. Velásquez (1993-1994) fue inesperada para todos porque, obviamente, se debió a una crisis política y se necesitaba con urgencia un gobierno de transición.

Pero como este reportaje no es sobre política sino sobre gustos, preferencias y antojos gastronómicos de los mandatarios, hay que decir que los del doctor Ramón José Velásquez Mujica podrían calificarse de eclécticos y reflejaban la salud de hierro de este personaje de la intelectualidad, pieza clave y fundamental de la historia de Venezuela, quien era un “excelente diente” a juzgar por la cantidad de datos que aportó la familia.

Ramón J. Velásquez
Foto oficial el día de la toma de posesión de la Presidencia de la República.

Como andino de tradición -nació en San Juan de Colón– siempre conservó sus gustos, sabores y memoria de la culinaria tachirense, pero con una apertura extraordinaria al mundo gastronómico en general debido a su vasta cultura y ansias de conocer el quehacer humano.

Ramón J. Velásquez
El pequeño Ramón J. Velásquez y su madre, Regina Mujica de Velásquez.

La rutina comenzaba muy temprano, cuando bajaba las escaleras para ir a la cocina y hacer el primer café, que debía ser Nescafé, tomaba varios durante el día, alternando negro y con leche. A veces ni siquiera lo ingería, solo disfrutaba del aroma, explican sus hijos.

Semanalmente mandaba a comprar pan andino en la panadería El Torbes, ubicada en la avenida Baralt en Caracas, así como chicharrón y pastelitos andinos para el desayuno o para el puntal, comida de media mañana propia del Táchira. En el camino a casa hacia sus frecuentes paradas en la Flor de Altamira.

Ramón J. Velásquez
La familia presidencial en pleno en el Palacio de Miraflores

Esperaba con entusiasmo el envío semanal de chorizos desde el Táchira que su esposa, la doctora Ligia Betancourt de Velásquez, lavaba, abría y se los preparaba con huevos revueltos. Un manjar local que saboreaba al máximo.

Hay que acotar que la primera dama era una experta repostera, se lucía con unas enormes tortas, muy bien decoradas y con mucho ingenio. Los hijos y nietos esperaban con suma ilusión sus cumpleaños porque sabían que la abuela Ligia les haría una gran torta con especiales adornos en pastillaje.

Le encantaba cuando su esposa Ligia y su hija Regina ponían la mesa con la vajilla de barro completa, para él era un deleite.

Uno de los muchos “placeres culposos” del presidente Velásquez era untar una arepa con mantequilla del Lactuario Maracay que vendían en una lata roja y dorada, a la que agregaba Bovril, un extracto de carne propio de la industria alimenticia inglesa, y que se usó muchísimo en Caracas durante las décadas de mediados del siglo pasado.

Los domingos había un rito que era desayunar con hallacas, costumbre que aprendió de su madre Regina Mujica de Velásquez, de quien heredó el gusto por la buena alimentación. El doctor Velásquez siempre decía: “Fue una ventaja ser hijo único y que además mi madre fuera mi maestra”.

“En cualquier momento mi mamá le hacía unas hallaquitas andinas -dice su hija Regina- le pedía unas hojas de plátano al vecino de enfrente, las ahumaba, y montaba unas 6 u 8 hallacas pequeñas y deliciosas que mi papá disfrutaba muchísimo”.
Pero para el almuerzo casero dominical, a veces encargaba comida española o italiana a sus restaurantes favoritos, que eran muchos y por eso los alternaba.

Su verdadera pasión era toda la variedad de comida andina, donde los pastelitos figuraban como primordiales junto a las morcillas y el queso ahumado envuelto en hojas de frailejón, igualmente la pisca andina.

La extensa dulcería criolla era capítulo aparte. Siempre en la despensa de su casa había frascos de todos tamaños, generalmente grandes, con dulces en almíbar. Era de poco dormir y a veces se levantaba entre las 4:30 y 5:00 de la mañana, hora en que se disponía a comer sus raciones almibaradas entre las que se encontraban huevos chimbos, dulces de toronja, icacos, de limonsón o martinica que le enviaban desde Maracaibo, higos rellenos de dulce de leche y los abrillantados. Tampoco faltaban las conservas de guayaba.

Cuando armaba viaje con doña Ligia y sus hijos Ramón Ignacio, Regina Esther, José Rafael y Gustavo Luis, para él era un deleite y parada obligatoria en los ventorrillos de las carreteras con el fin de abastecerse del auténtico chicharrón de carretera, morcillas y arepas fritas.

Ramón J. Velásquez

Si el recorrido era en el Táchira no perdonaba el comercio “Chichas y Pasteles” en Táriba. En una ocasión fue a una fábrica de morcillas y se indigestó, lo que es una referencia de que no era escrupuloso cuando se encontraba con uno de sus bocados predilectos. La anécdota la narran sus hijos.

Manifestaba un gusto muy particular por la torta que le hacía su nuera Solmita Gaspard de Velásquez, pero tenía una exigencia, debía llegar caliente a la mesa.

“Te cuento que empecé hacer un ponqué sin crema, sencillo pero contundente -explica Solmita- y al suegro le encantó, solo tenía un requerimiento, y es que debía llegar bien caliente. Así que yo sacaba el ponqué del horno, cruzaba la calle volando, llegaba a la quinta Regina para desmoldar y llevarlo inmediatamente a la mesa para que estuviese bien caliente”.

“El doctor Velásquez -agrega la nuera Solmita- decía que le recordaba al ponqué de leche que comía en los Andes cuando era pequeño. Lo acompañaba con un vaso de leche o café negro y si había cumpleaños también le llevaba mousse de chocolate. Le fascinaba cuando yo preparaba comida libanesa”, agrega satisfecha Solmita.

Como adicto a las hallacas, esperaba con ansias la época navideña cuando recibía muchas como obsequio de sus amigos de todo el país. “Llegaban a casa varias cajas de hallacas enviadas a través de empresas de mensajería. Una fija eran las hallacas de Rafael Tudela. Muy esperadas -recuerdan los hijos- las de Julio Betancourt Ibarra y Corina Vázquez de Betancourt, así como las finísimas hallacas de arroz de Carmelita de González Cárdenas”.

Merienda con las Academias

En el año 2012, las Academias Nacional de la Historia y la Venezolana de la Lengua se unieron para rendir un merecido y especial homenaje al doctor Ramón J. Velásquez en sesión solemne, por ser el miembro de más edad integrante de ambas instituciones.

Ramón J. Velásquez
Ramón J. Velásquez almorzando en su casa

Debido a su casi centenario almanaque ya no estaba saliendo de casa, por lo que decidieron hacer el acto en su residencia de Altamira, hasta allí se trasladó un grupo representativo de académicos.

La hora pautada fue las 11:00 de la mañana, por lo que la familia decidió brindar una merienda, pero que fuese en homenaje al doctor Velásquez, en el sentido que debía representar sus gustos, su querencia tachirense, recordar su memoria gustativa, que siempre fue muy amplia.

El anfitrión homenajeado y los académicos, algunos en silla de ruedas, pudieron deleitarse con una selección de comida tachirense y criolla en general, donde los protagonistas fueron los bollitos de hallaca en formato pasapalo, arepitas de chicharrón, pastelitos andinos, pan camaleón de la panadería El Torbes, tortas que recordaban el pan de leche que comía cuando era niño, almojábanas, aliados, panes variados con queso blanco y mantequilla Maracay, pan de yuca, conservitas de guayaba, dulces abrillantados, jugo de pomarrosa, café negro cerrero y con leche.

Ese homenaje quedó grabado con gran satisfacción en la memoria del doctor Ramón J. Velásquez porque le recordó sus gustos y apetencias culinarias infantiles de su tierra tachirense.

Las fritangas

Ya entrado en sus 90 y pico largos años, estuvo hospitalizado por unos días debido a una caída. Estaba descansando en la habitación de la clínica, cuando le preguntaron cómo se sentía, a lo que respondió muy bien y contento porque le habían llevado la comida de su casa, ya que había cenado con dos arepas fritas, huevos fritos, queso frito, una Frescolita y café negro.

Al rato entraron el médico que lo atendía con las enfermeras y le dijeron que ya habían ordenado su comida para esa noche, y que de ahora en adelante debía tener una dieta blanda especial sin sal, ni frituras, baja en azúcar y todo debía ser hervido y en pocas cantidades.

Al unísono, los hijos y nietos que lo acompañaban en la habitación, se miraron las caras aguantando la risa porque sabían que él jamás iba a cumplir esos regímenes alimenticios.

“Él era inmune a las frituras, no le entraba ni coquito”, agrega Ligia Velásquez Gaspard, su nieta.

Eso demuestra una vez más la salud de hierro que tenía. Nunca presentó problemas de colesterol alto, hipertensión, diabetes, siempre mantuvo los valores estables.

Comer en la calle, su deporte favorito

El capítulo de restaurantes que visitaba el doctor Ramón J, Velásquez se asemeja a una guía de Miro Popic. Los hijos y nietos recuerdan los inolvidables almuerzos en la Pensión Ana y la Casa de Italia.

En una ocasión, reunió a todas las mujeres de la familia con el apellido Velásquez y las convidó a un copioso almuerzo italiano en la Asociación Cultural Gastronómica Siciliana en Colinas de Bello Monte, que como su nombre lo indica, reina la gastronomía de la isla. “Ese almuerzo lo hizo feliz, él sentado en la cabecera y verse rodeado de todas las mujeres Velásquez donde estábamos la hija, primas, nietas, nueras”, recuerda con alegría y como una imagen imborrable su nieta Ligia.

En otra oportunidad, en el restaurante Tarzilandia, siempre sentado en la cabecera de la mesa, como corresponde a todo pater familias, pidió al mesonero una cerveza bien fría y una bolsita de azúcar, la cual agregó al vaso de cerveza, que inmediatamente hizo efervescencia. Todos se quedaron sorprendidos de tal ocurrencia, quizá era para bajarle el amargo del lúpulo.

Era un hombre que tomaba muy poco licor, pero entre las particularidades que se podían encontrar en el comedor de su casa era una botella de Manischewitz, un tipo de vino kosher, del cual bebía una copita cuando le provocaba sentir el dulzor característico de este vino.

Y como ya el lector puede deducir, el dulce era muy de su agrado, también ingería refrescos azucarados como Frescolita, Uvita y similares, pero a la vez odiaba que le regalaran galletas, así fuesen dulces o saladas. Quizás por considerarlas propias de estómagos delicados, que no era su caso.

Cuando iban a salir a comer fuera de casa se armaba un contrapunteo entre todos para escoger el restaurante, comentan Gustavo y Ligia Velásquez, hijo y nieta, quienes también recuerdan los restaurantes de vieja data como El Tirol de comida suiza en La Florida y Anatole, francés en San Bernardino.

Ramón J. Velásquez
Ramón J. Velásquez. Foto cortesía de la familia

Jackie Traverso y el chef Nelson Méndez del Ritz, recuerdan que, con cierta frecuencia, se presentaban a almorzar Ramón J. Velásquez y Simón Alberto Consalvi, ocasión para ordenar siempre el mismo plato: Lengua en salsa de Oporto con puré de papas y vegetales al horno. También les encantaba la torta de queso llanera, receta de la familia Traverso, propietaria del restaurante.

Igualmente le gustaba desayunar en los hoteles Caracas Hilton y El Conde. El bufet dominical del Caracas Theather Club era una de sus citas familiares preferidas. Allí sus platos fijos eran el Strogonoff de lomito y la torta de chocolate.

José Velásquez recuerda las comidas, a veces a solas con su padre, y otras con toda la familia en Da Guido, Franco´s, La Huerta, Bar Basque, La Cita, Le Petit Bistró de Jacques, Lasserre, El Coyuco, La Estancia, el Dragón Verde, Il Vecchio Molino, Pazzo, Il Padrino, la lista de restaurantes pica y se extiende.

Le fascinaban las costillitas de Tony´s Roma y para enterarse de chismes de la política nacional prefería Mokambo y Palm´s.

En el año 2011 y con motivo del cumpleaños número 95 del doctor Ramón J. Velásquez, el elenco de la obra “Diógenes y las camisas voladoras”, original de Javier Vidal, decidió trasladarse a la casa del expresidente en Altamira y presentarle la pieza teatral, ya que por su avanzada edad no podía ir hasta el teatro.

Ramón J. Velásquez
Ramón J. Velásquez rodeado del elenco de la obra Diógenes y las camisas voladoras en la sala de su casa


Esta deferencia la hizo el director de la obra en ese entonces, Moisés Guevara, porque uno de los tres personajes era el propio doctor Velásquez, quien en su juventud tuvo activa y decisiva participación en un momento importante de la política nacional ocurrido en el año 1946.

El personaje de Ramón J. Velásquez fue encarnado en esa ocasión por el actor José Miguel Dao, junto a Javier Vidal como Diógenes Escalante y Jean Vidal Restifo en el papel de Hugo Orozco, su secretario privado.

El día que Raúl Leoni entregó la Presidencia de la República fue a almorzar con Ramón J. Velásquez al Henry IV, en la avenida Los Jabillos de La Florida. Todos los comensales del restaurante se pusieron de pie para aplaudir al Presidente Leoni durante más de media hora. Esto lo contaba frecuentemente el doctor Velásquez con gran emoción, como un ejemplo de alternabilidad democrática. Un hombre que amaba la diversidad de sabores, sentía que en la política el monopolio podía producir indigestión.

Nota de la directora. Todos los jueves sale un nuevo capítulo del seriado «Buen apetito, señor presidente», que el investigador y cronista gastronómico Alberto Veloz escribe sobre los gustos culinarios de los expresidentes. Para leer los anteriores capítulos puede hacer clic aquí. o en la siguiente nota para leer el episodio anterior, dedicado a Jaime Lusinchi.


Crédito de fotos de Ramón J. Velásquez

Archivo privado de la familia Velásquez y está prohibida su reproducción sin permiso de la familia.

Bibliografía general de la serie «Buen apetito, señor presidente»

ALONSO, Elia. Así se come en mi pueblo, Fundación Tere Tere. Caracas 2012.
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CARTAY, Rafael. El pan nuestro de cada día. Fundación Bigott. La Galaxia. Caracas 2003
CINESA. Documental. Luis Herrera Campíns. El poder de la humildad.
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EASTSIDE MAGAZINE. Eastwebside.com 7 de julio de 2022
FIHMAN, Ben Amí. Los cuadernos de la gula. Línea Editores, Colección Yantares. Caracas 1983
HERNÁNDEZ PEÑA, Larissa. Los alimentos en Rómulo Gallegos. Un recorrido humanista y civilizador por la geografía de Venezuela. Revista Carátula, Número 120. Junio 2024
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MORÓN, Guillermo. Los Presidentes de Venezuela 1811 – 1979. Meneven. Italgráfica Impresores. Caracas 1979
POPIC, Miro. Comer en Venezuela. Miró Popic Editor C.A. Editorial Arte-Soluciones Gráficas. Caracas 2013
POPIC, Miro. El señor de los aliños. Miró Popic Editor C.A. Editorial Arte-Soluciones Gráficas. Caracas 2017
MAZZEI BERTI, Jesús Enrique. Deleites de un comensal. Gráficas Lauki. Caracas 2019
YANES, Oscar. Cosas de Caracas. Editorial Planeta. Caracas 2003

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