Crónicas de alimentación y resiliencia

Las comidas de despedida en Venezuela

Panquecas para Sebastián, Antonia dice que ya no quiere guardar más la línea y quiere unas arepitas de chicharrón con ajicero de leche. Ana Lucía dice: “Tío me da igual, hazme cualquier cosa”, pero yo sé que delira por las arepitas dulces de anís, y al compadre lo mato con lo mismo de Antonia. Un juguito de guanábana bien frío y café

por ALFONSO RUEDA |Fotos: Fabiola Ferrero & Daniela Mejía & La Sardinia
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En la Venezuela de hoy, no es normal hacer un desayuno con estas características. Se prenden todas la alarmas pues varios de los ingredientes no los tenemos a la mano. La harina tengo que negociarla con el bachaquero de la esquina quien pasa todo el día en su puesto (con unas bolsitas parecidas a las tetas de helado que vendían en oriente cuando era pequeño y con esta crisis no sé si las seguirán haciendo) con raciones de café, azúcar, leche a unos precios que pareciera que vendiera caviar de Beluga.

Para el chicharrón, a juro tengo que irme al Mercado de Chacao y comprarlo allá al precio que esté ese día, porque la comida en este país fluctúa entre dos bandas: la de que te estoy estafando y la de te estoy súper robando descaradamente y si por casualidad algún personero le da por hablar en su discurso de algún alimento por X o Y, la situación empeora mucho más, pues cae bajo la amenaza de desaparecer.

Pero aquí estoy. Hago el esfuerzo porque no es un desayuno normal como les dije, el desayuno de hoy es de despedida. Nadie habla de las comidas de despedida.

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Es extraño. Quizás porque no les den importancia o no se les de el crédito suficiente, pero siempre hay alguien en cada familia que se encarga de hacerlas, de dejarles un dulce sabor en boca pese lo amargo de la situación a quienes se nos van para no volver. Eso es parte de un regalo que les damos para el alma y muestra sincera del amor que le tenemos a quien parte lejos de nosotros.

En el ambiente se siente cierto aire de solemnidad y a la vez, la nostalgia anticipada entremezclada con los olores que salen de la cocina de mamá quien lleva la batuta junto con las tías que apoyan la logística, mientras en los cuartos, entre cuchicheos y risas, los primos que parten, tratan de no olvidar nada. Los más chiquitos de la casa corren por todas partes como siempre. Es extraño que entre tanto dolor se demuestre tanta alegría. Ver partir a tu gente amada no es fácil.

Dejar tu país tampoco es sencillo. No es la solución de los cobardes como dicen algunos, pues hay que tener bastante valor para dejar tu vida atrás por un futuro incierto. Hoy, la frase malvada: “Si no te gusta vete”, cobra vida en el seno de muchas familias, no como una opción, sino como una solución a la situación tan precaria vivida y la esperanza de un mundo mejor para los chamos.

Acercamos las sillas a la mesa, los banquitos, la silla de la computadora y recogemos los codos para que todo el mundo quepa. Cada quien tiene su plato favorito y compartimos con ellos la última comida con el grupo familiar completo.

Salimos para Maiquetía

A-20

Dicen que los aeropuertos son los lugares más felices del mundo porque todos están eufóricos por el que va a llegar o se está emocionado por el que va a viajar pero en Venezuela, desde hace ya un tiempo, el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar se ha convertido en un sitio solo de despedidas, de rupturas familiares, que evocan miedo de ese pequeño susto por no saber qué pasara mañana.

Es irónico que posiblemente el último transitar por tu tierra lo hagas encima de la bella obra del Artista Cinético Carlos Cruz Diez “Cromo-interferencia de Color Aditivo”. Muchos desconocen el nombre de esta obra pero se queda bien incrustada en los ojos mientras se marchan, lo que hace preguntarte muchas cosas cuando las rueditas de tu maleta cortan el silencio debido a esos pequeños mosaicos que conforman la obra.

Ves a los lados y allí van otros más que llevan la misma carga que tú, con sus vidas dobladas en un espacio máximo de 56 x 45 x25 cm que incluyen las asas y las ruedas según la reglas de las aerolíneas, que te deja aún más pequeño el poco espacio en el que llevas tu vida. Percibes una sensación de claustrofobia pero al final te das cuenta de que solo es miedo envuelto en tristeza, rabia y cuidado si algo de regocijo.

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“En los aeropuertos se ven más besos sinceros que en la bodas”, leí alguna vez y creo que es cierto… mientras se cierra y abre la puerta de inmigración, te despides cien veces de los tuyos hasta que cada quien se resigna y cesan los ademanes de adiós y empiezan las oraciones… el más pragmático de los que se queda dice: “Bueno ya vámonos” y todos enfilan rumbo a casa callados. Durante el camino, uno que otro pequeño comentario se escucha en el auto: “se habrán llevado tal cosa o la otra”.

Ya en casa, recogemos lo que quedó tirado o mal puesto en la mesa. Mesa que de ahora en adelante, siempre tendrá un halo de tristeza.

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