Cultura

El libro de Sifrizuela, un paseo entre la sifrinidad amenazada y el meteorito boliburgués

Sifrizuela acaba de lanzar su primer libro: una aproximación al estudio de su tribu urbana. La sifrinidad surgió en los años 70 y –según “Elías Aslanian”, el seudónimo del autor– podría estar a punto de extinguirse. Hablamos con él y con su prologuista, Carlos Egaña, sobre esta investigación pionera en el país

sifrinidad
Publicidad

Todo apunta a que fue en los años 70 cuando se comenzó a hablar por primera vez de los sifrinos. En el artículo “Reglamento de la pava sifrina”, publicado en la revista El sádico ilustrado en 1978, Luis Britto García se refirió así a los miembros de la clase media. Lo hizo de manera despectiva. Para él, una sifrina era “toda pava que se comporte como pureta” y “toda pureta que se comporte como pava”. Con esta definición, nació la sifrinidad.

Estos datos los recoge Elías Aslanian –el seudónimo detrás de Sifrizuela, la conocida cuenta de redes sociales y articulista de El Estímulo– en su primer libro: La sifrinidad: vida y obra de una tribu urbana, un tratado sobre la identidad de una comunidad venezolana emergida en la segunda mitad del siglo XX, en apenas 160 páginas. La obra, que tiene el sello de la editorial Negrita y Cursiva, se puede adquirir en Amazon y aborda un tema del que todos hablan, pero que nadie se había dedicado a estudiar con la seriedad que amerita el asunto.

Lejos de ser un libro de memes, el aporte que Aslanian hace es notable: se pasea meticulosamente por varios estudios y llega a conclusiones que son reveladoras para la comprensión de la historia social contemporánea de Venezuela.

Lo sifrino, aunque ha sido concebido desde su nacimiento como despectivo, se presenta como un aspecto de la vida de algunos venezolanos: como la marca indeleble que nos dejó una época de opulencia económica. No se trata de una categoría vacía, porque encierra una composición antropológica, histórica y hasta geográfica que le da sentido y coherencia.

Los sifrinos emergieron de los años de la “Gran Venezuela”, tiempos del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, y a pesar de que en el pasado existieron los protosifrinos –los descendientes de los viejos mantuanos del valle–, hay una diferenciación: una cosa son los sifrinos de espada y otra los de toga. Esa es una de las premisas de la obra, la cual decidimos comentar con el propio autor y con su prologuista, Carlos Egaña, quien es egresado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y actual estudiante de la New York University.

-A ver, empecemos por el final. La conclusión del libro es que la sifrinidad se encuentra en peligro de extinción, ¿no se trata más bien de una sustitución? Porque sifrinos hay en casi toda Venezuela.

-Elías Aslanian: Extinción y sustitución no son conceptos biológicos excluyentes. Los plesiosaurios e ictiosaurios no se extinguieron porque fueron sustituidos por ballenas y delfines. Las ballenas y delfines sustituyeron a los plesiosaurios e ictiosaurios en su nicho ecológico porque estos se extinguieron cuando un asteroide se estrelló con el planeta. El asteroide de lo sifrino fue el chavismo: y los sifrinos, quizás, sean como cocodrilos y tortugas. Es decir, que se mantengan como especies antediluvianas en el mundo posterior a la catástrofe. O quizás, como los dinosaurios escapados de «Jurassic Park», regresen a su mundo una vez que cambien las condiciones: porque los sifrinos, en gran medida emigrados y venidos a menos, siguen conformando una diáspora dinámica en el exterior y –aunque el chavismo haya hecho de su misión de vida extirparlos por medio de la intervención económica, el empeoramiento de las condiciones de vida y un discurso de odio fundamentado en la falsa dicotomía de “pueblo” y “oligarquía”– muchos aun siguen haciendo vida en Venezuela.

-Carlos Egaña: Aunque yo tampoco pienso que la sifrinidad se vaya a extinguir como lo dice Elías al final del texto de una forma más o menos tajante, tampoco diría que hay una sustitución de sifrinos por otros, porque creo que la sifrinidad tiene ciertas especificidades. Fíjate que Elías insiste en que la gente que ha tenido mucha plata por años, los conocidos mantuanos, no son necesariamente los sifrinos, porque uno puede entrar dentro de la sifrinidad sin tener una raíz tan puntual con lo que eran los amos del valle. Hay otros elementos que tienen que ver más con donde te desenvuelves, con los estratos sociales en donde te reconoces y con una historia común que, en buena medida, según Elías, está marcada por la inmigración. Entonces, claro, no es tan sencillo como decir que otra clase que podría tener el mismo poder que tuvieron los sifrinos en el siglo pasado, al estar ahora en su lugar, sean los nuevos sifrinos. Si los mismos sifrinos no reconocen a otros –que por la razón que sea pueden compartir los mismos lugares–, hay que empezar a dudar si vale calificarlos así o no. Ahí uno podría pensar sobre quién tiene la palabra final sobre la sifrinidad: si el sifrino en sí o quien lo ve desde afuera entendiendo ciertos criterios.

-Pero vemos que una nueva generación ocupa sus espacios, a eso me refiero con la sustitución, a que existe una nueva élite, los boliburgueses que ascendieron a esas esferas y las están ocupando. 

-Elías Aslanian: Sí, la boliburguesía se ha dedicado a la sustitución: han comprado empresas y fábricas, se han mudado a las urbanizaciones afluentes, han inscrito a sus hijos en los colegios de la élite anterior y han tratado de imitar sus normas y estéticas. Pero sus valores culturales y visiones del mundo tienen diferencias notables, por lo que no los veo como una élite que se mantenga a la larga: no solo por un derroche constante que promete la quiebra o la aislación global debido a las sanciones, sino por el poco interés que allí ha habido de cosechar altos niveles educativos y cierta sofisticación cultural. El boliburgués, generalmente, ha limitado su entendimiento de élite meramente a los ceros en el banco. Y eso no es lo que define el éxito a la larga de una élite: hoy en día los descendientes de la élite pre-comunista de China –que perdieron toda su riqueza, estatus y tierras en la revolución de Mao– tienen un ingreso 16-17% mayor y más nivel educativo que las familias que no eran privilegiadas antes de 1949. Los investigadores concluyeron que esto se debe a que sus padres y abuelos les heredaron cierta mentalidad asociada a su estamento pre-revolucionario. Además, creo que pueda existir la posibilidad de una situación similar a muchas familias influyentes en la India: ligadas a una diáspora exitosa donde hay familias que transitan entre la tierra original y la nueva en un mundo cada vez más fluido.

No soy pitoniso para concluir si la boliburguesía logre una sustitución plena de la sifrinidad o si la sifrinidad logrará alguna suerte de resurgimiento, pero casi siempre habrán personajes de un grupo u otro que se mantengan: Lorenzo Mendoza es descendiente directo del mantuano Cristóbal Mendoza, primer presidente de Venezuela en 1811. Gran parte de los amos del valle se hicieron polvo en esos años, pero Empresas Polar hoy está en las pantallas de Times Square.

-O sea, pudiéramos hablar de sifrinos de espada y de toga, como la vieja nobleza medieval, donde tampoco había ese reconocimiento.

-Carlos Egaña: Me gusta mucho esa analogía, pero lo sifrino no es sinónimo de lo privilegiado. Okay? Evidentemente lo sifrino a lo largo de la historia ha tenido un vínculo con lo privilegiado en el país, pero la sifrinidad se diferencia de muchas familias de clase alta o media alta en el resto del mundo por el hecho puntual del trabajo que, en teoría, justifica el privilegio de los sifrinos. Es decir, pudiéramos hablar de un equivalente de la nobleza y la sifrinidad con el privilegio, pero en la sifrinidad es mucho más fuerte el valor del trabajo, que el de la herencia o el de las tradiciones medievales.

sifrinidad

-Justamente, al hablar de la historia de la sifrinidad, Elías, tú dices que han existido 3 generaciones de sifrinos: los protosifrinos, es decir, los aristocráticos del XIX y parte del XX; los sifrinos clásicos, producto del boom petrolero que se desilusionan en los noventa; y los boliburgueses.

-Elías Aslanian: No son tres generaciones de sifrinos, sino tres grupos socioeconómicos afluentes –y diría que hay más– que surgen en tres esquemas históricos de poder que se suceden.

Los protosifrinos, un nombre anacrónico que les asigné en el libro, son la élite aristocrática tradicional: ligada al paradigma positivista-liberal y a los latifundios, industrialización temprana, casas de comercio y ferrocarriles del período; una élite que surgió de los remanentes del mantuanaje destruido por la guerra de independencia y la guerra federal, y los nuevos actores forjados por los conflictos civiles del siglo diecinueve, y se conformó tanto de su relación directa –amiguista, clientelista–  con la clase política como por los emprendimientos económicos de grupos comerciales extranjeros como los alemanes (Zingg, Vogeler, Vollmer, Blohm, Uslar), británicos (Boulton, Wallis) y corsos (Velutini, Pietri, Penzini). Es decir, es “la gente del Country”: las familias afluentes más antiguas, muy unidas entre sí, que han heredado por generaciones las acciones familiares del Caracas Country Club.

Los sifrinos, como dice La sifrinidad, fueron la extensa expansión de la afluencia debido a la urbanización, educación, inmigración, movilidad social y mejora de las condiciones de vida gracias al desplazamiento de la economía agraria por parte de la economía petrolera y el posterior establecimiento de una democracia liberal estable. La palabra “sifrino”, precisamente, aparece durante el período de la Venezuela Saudita: son Laura Pérez, la sin par de Caurimare, gastando sus petrodólares en carteras de marca y chaquetas Moncler en sus viajes por Europa, sus fines en Miami y su “tour por California”: todos sacudidos por incesantes “ta’ barato, dame dos”. Así, se establece una clase afluente no solo más amplia sino también heterogénea que comparte espacios y tradiciones: ya no son solo los hijos o nietos de los protosifrinos, que han sido absorbidos por la sifrinidad, sino también los hijos de las nuevas fortunas adecas, de los profesionales que logran entablar empresas prosperísimas y de los italianos, españoles, portugueses, judíos, libaneses y muchos otros inmigrantes del Viejo Mundo que fundarían Central Madeirense, Pirulín, Banco del Caribe, el Sambil, etcétera. De hecho, cuando el término “sifrino” se registra de forma escrita por primera vez se usa para describir a la “pava de clase media”, contrastando con “la pava jailosa” (de la high).

Los boliburgueses, como sabemos, son una élite económica surgida del sistema neopatrimonial del chavismo: es el ejemplo más claro de clientelismo en nuestra historia. Existencialmente, son un producto del paradigma chavista, son la manera como el chavismo pintó al Este de rojo y descompuso cualquier poder que pudiese oponerlo. Por ello los boliburgueses son esencialmente un espejo invertido del sifrino, porque no hay nada más puntofijista que un sifrino. Por ello mismo, detestan a la sifrinidad pero paradójicamente su sueño húmedo es ser sifrinos: sifrinowashing, hasta en imitar el mandibuleo.

Pero, como estos grupos se fundamentan en capital subcultural, las diferencias estéticas y de comportamiento son muy claras y eso crea tensiones. Una sifrina no va a sus quinceaños en una Hummer limusina, no decora su cumpleaños con globos con forma del logo Chanel, no sube con abrigos de piel a Galipán y no decora su casa como hotel de aeropuerto europeo. Pero la sifrinidad cada vez más ha cedido sus espacios: eso de colegios “sifrinos” clásicos rechazando a estudiantes hijos de enchufados ya no pasa, es imposible.

-Es decir, la sifrinidad es un fenómeno de la segunda mitad del siglo XX y que, según lo que comenta Elías, está vinculado al trabajo.

-Carlos Egaña: Sí, está vinculado al proceso de modernización venezolana de ese momento, donde lo criollo era visto como niche y ahorita, digamos que es distinto, porque estamos entendiendo que lo criollo puede ser bastante cool. Pero la sifrinidad es resultado del trabajo. Existe ese típico cuento de que: “Mi abuelo vino a Venezuela con un centavo y bla, bla, bla”. Por eso también creo que lo que hay es una transición, una apertura de la sifrinidad hacia ciertos agentes de nuestra sociedad que antiguamente eran expulsados, y pudiéramos hacer chistes con enchufados y bolichicos. Pero no creo que sea tan sencillo como decir que los hijos de los militares, que ahorita tienen plata, vayan a sustituir a los sifrinos, porque no todas las personas que tienen plata en este país tienen una serie de actitudes o hábitos culturales equivalentes. No es que se llega a una posición de poder y automáticamente tienes todas las características del otro. Sí hay gente que tiene vínculos importantes con el gobierno que está empezando a actuar de esa manera y que, de cierto modo, está dialogando con la sifrinidad clásica. De ahí digo que lo que hay es una ampliación, incluso sombría, pero no una sustitución.

-Dices modernización y recuerdo que Elías cita un libro de Germán Carrera Damas, De la dificultad de ser criollo, donde se habla de la imitación que hemos intentado ser del primer mundo, pero que no logramos y al final terminamos siendo una rara mimesis, ni de allá ni de acá.

-Carlos Egaña: Claro, es que la sifrinidad es así desde sus orígenes, y hoy eso todavía está bastante marcado. Es una idea de progreso que no está vinculada necesariamente al tema de la democracia liberal y todo eso. Que suena bonito, sí, pero no todo lo sifrino es bueno y bonito. Creo que es una categoría que se le puede asignar a una comunidad -Elías lo define más bien como una tribu urbana- que hay que entender para comprender el contexto histórico de un país, pero eso no quiere decir que por su existencia sea bella o perfecta. Para nada.

sifrinidad

-Hablando de lo bello o perfecto, en 2012, unos sifrinos de la Universidad Monte Ávila fueron criticados duramente por denunciar la realidad del país que, si bien ya nos afectaba, no había llegado a estos niveles. Al final muchos le terminaron haciendo caso y se fueron demasiado.

-Elías Aslanian: Cuando «Caracas, ciudad de despedidas» se hizo viral, el público fue muy duro con los entrevistados. Sí, hubo frivolidad en las palabras. Pero también hubo una honestidad muy cruda; valiosa: ¿por qué debían pretender que se sentían de otra manera, si era lo que expresaba su realidad? ¿Si era su manera, aunque privilegiada y minoritaria, de sentir al país?

La quema de brujas pública que se hizo con ese documental expresó un sentir, lamentablemente, muy venezolano: ese concepto casi-jacobino o ascético de una igualdad radical en la que el éxito económico es una condición pecaminosa y los individuos deben someterse a la voluntad general expresada por el sentimiento general: ¿Recuerdas cuando el padre Palmar se quejaba de que la diáspora mostrase una vida cómoda en redes mientras en Venezuela había hambre? Por ello, los sifrinos o sifrinoides del documental no podían quejarse, no podían querer irse demasiado de una ciudad donde se sentían desentendidos, porque no expresaban el sentir y el día a día de las mayorías menos privilegiadas. Pero nadie es profeta en su tierra y la historia, también lamentablemente, les dio la razón.

Hoy, la diáspora no es solo grupos económicamente privilegiados en Miami: es gente hambrienta cruzando los Andes a pie, en busca de un trabajo que lleve pan a la boca y dispuestos a sufrir la más mezquina xenofobia por ello. “Me iría demasiado” se hizo un sentir generacional y colectivo.

-Y tú, Carlos, ¿opinas igual que Elías o no?

-Carlos Egaña: Eso está bueno, pero no creo que los sifrinos que salen en ese video sean representativos de toda la sifrinidad. En ese video aparecen los típicos sifrinos clichés, los más idiotas. Nunca sabré si esa fue su intención o no. Recuerdo que, incluso, cuando salió ese video, muchas de las personas que conocía, en su mayoría sifrinos del colegio, lo condenaron en el momento. Y si bien hoy el video pareciera tener ciertas luces sobre qué nos pasó, no lo sé, porque las razones por las que se quejan y la forma en la que lo hacen en el momento no lo vuelve muy válido dentro de tantos problemas que había y que hay en el país, para justificar irse. Lo que sale allí me parece que está muy mal planteado.

Ahora, bien, no quiero condenar a la gente que sale en ese video y decir que son unos idiotas todos, más allá de que en el momento me parece que lo fueron. Allí hay gente que ha sido importante en relación a nuestra cultura, literatura, pop, rock, que viene sonando rudo desde la década antepasada. No creo que la gente que se terminó «yendo demasiado» lo hiciera por lo que se expresa allí, creo que hay que restarle importancia.

Publicidad
Publicidad