Así somos, con gusto

Diablitos Underwood, el último vestigio de la Venezuela democrática

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Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo. Prueba de ello es el enlatado que aún guarda el apellido de su abolengo: Underwood. La marca, que conquisto a los hogares más pudientes y a los más humildes de Venezuela, se alista para celebrar 120 años de existencia bajo el mando de nuevos y desconocidos propietarios

Yo estaba en el Festival de Viña del Mar, en el año 2010. Fue cuando ocurrió el famoso terremoto de Chile. Parte de nuestro trabajo consistía en realizar cápsulas informativas desde el evento. Habíamos quedado en entrevistar a Beto Cuevas (ex cantante de La Ley). Como responsable de la grabación, me acerqué a él. De hecho sabía que había vivido en Venezuela y por ahí le entré, para romper el hielo. Resulta que la familia Cuevas llegó a Venezuela exiliada, durante la dictadura de (Augusto) Pinochet. Vivían en Maracay. Entonces empezamos a hablar de la comida, cuando a Beto se le iluminó la cara al preguntar ‘¿y todavía hacen cachitos y hay Diablitos?’. Le dije que claro, que todavía había. Ahí me confesó: ‘yo cambiaba el desayuno que me daba mi mamá por una arepa con Diablitos. El Diablitos es una comida maravillosa’”

La historia que cuenta Daniel Álvarez, entonces productor y responsable de la programación del canal A&E, dimensiona la trascendencia de un alimento que este año soplará 120 velitas. En 1896, Diablitos Underwood ya estaba “en las principales bodegas y abastos de las ciudades de Caracas, Valencia y Maracaibo.

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Los avisos publicados en esa fecha por algunos de esos establecimientos mencionan la existencia de Diablitos junto a productos dirigidos a las clases más altas de la sociedad urbana venezolana como el aceite italiano, el caviar ruso, las sardinas trufadas, las macarelas en aceite, entre otros”, cuenta el libro El inmigrante que transformó la mesa del venezolano, publicado por la empresa General Mills en 2014.

“Claro, desde que tengo memoria y uso de razón, una cena donde haya arepa, Toddy y Diablitos, es obligatorio. Lo hacía para mi chamo y para mí”, cuenta el diputado de la Asamblea Nacional, Julio Borges. Stalin González, representante de Nuevo Tiempo recuerda “haber comido Diablitos con arepa frita” y el economista y político José Guerra termina tarareando el famoso slogan “La mejor forma de comer jamón”, cuando se le pide algún recuerdo de la marca.

¿Qué sucedió para que este enlatado fuera acogido como un producto típico de la cocina criolla?

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“Porque en toda cultura, antropológicamente hablando, se establece el principio de la cultura alimentaria a través del encuentro con la sal. El jamón endiablado es saladito y el pan nuestro de cada día es la arepa, que tiene un sabor neutro. Entonces, cualquier niño pequeño que descubra esa travesura entre la sal y la neutralidad de la arepa, tiene que despertar como un diablito. A muy temprana edad, pues, se da una asociación culinaria que es básica para todo cocinero: sal en unión con un neutro o incluso con un punto dulce (pan)”, analiza la chef Helena Ibarra, una de las “madres” del movimiento gastronómico en Venezuela y quien dirige desde hace 12 años el restaurante Palms, en Altamira.

“Primero, porque sí alimenta, es purito jamón”, responde Gloria Chibás, presidenta de Depp Saatchi & Saatchi, empresa de publicidad que maneja la popular marca desde hace 30 años. “Es un alimento que acompaña a los niños y en su momento fue muy económico, una comida de pueblo. Aunque podías verlo en el barrio o en el Country Club. De tal manera que le estabas dando proteínas a tu hijo y cuidabas tu bolsillo. En ese sentido, era el aliado de la mamá. En este país, todo el mundo se crió comiendo Diablitos, porque la madre lo usaba para rellenar el pan o la arepa”.

Sin embargo, no siempre fue así. Cuando Underwood Deviled Ham (Traducido en la etiqueta original como Jamón del Diablo) empezó a distribuirse en Venezuela, se encontraba en el mismo nivel de precios del caviar ruso, el salmón ahumado de Noruega, la langosta y las trufas. “Por eso se puede observar, durante la última década del siglo XIX y de la primera década del XX, a los expendedores del producto hacer énfasis en la condición de exquisitez de la pasta de jamón endiablada en sus mensajes publicitarios.

Sin embargo, esta situación cambia con el avance de la década de los veinte, como lo evidencia un aviso desplegado publicado en el periódico El Nuevo Diario, en 1926, el cual se ilustra con el dibujo de una lata destapada del producto y una mano femenina sosteniendo un emparedado hecho con pan cuadrado y Diablitos.

El texto es encabezado por el título ‘Jamón que sabe a Jamón’ y cierra con la frase ‘Jamón del diablo’ (Underwood Deviled Ham). Se trata de un aviso evidentemente dirigido al público en general y no a un sector selecto de la sociedad. De modo que Diablitos comienza a popularizarse, a deslastrarse de la imagen elitesca que había adquirido desde su llegada al país y pasa, así, de lo ‘exquisito eventual’ a lo ‘delicioso habitual’”, se lee en la biografía de la marca.

El historiador Guillermo Morón, para el mismo libro, cuenta que las familias venezolanas acudían al Diablitos como un sustituto de las carnes, para “ acompañar el sabor diario de la arepa y las caraotas”. En los años cuarenta, empieza el despegue de la marca, aunque el producto no era barato.

“En cualquier mostrador (abasto) yo compraba el Diablitos. Creo que valía un bolívar. Era caro. Un bolívar era mucho. Cuidado si cuando era niño el Diablitos valía un real. Es que el bolívar valía mucho… Ya en esa época el Diablitos formaba parte de la ‘marusa’ (bolsa de fibra). En las vacaciones y los sábados hacíamos excursiones desde la plaza de Carora. Íbamos a la quebrada del Roble, por ejemplo, o íbamos a casas de campo. Nosotros llevábamos el almuerzo en la bolsa. Parte de ese almuerzo eran arepas, cambur y una lata de Diablitos. Se hizo popular”.

Mucho tuvo que ver en el despegue de Diablitos la urbanización del país

Con el crecimiento de las ciudades, el obrero necesitaba una comida de fácil preparación y la salida al mercado, a partir de 1960, de la Harina Pan, para la elaboración de las arepas, facilitó el matrimonio del plato que hoy parece netamente venezolano. Esa nacionalización del Diablitos se evidencia en el poema de Áquiles Nazoa, Nocturno del poeta y la arepa:

Pero todo es inútil, pues pobre poeta

en las calles nocturnas ha dejado las suelas

y encontrar no ha logrado ni una taguara abierta

donde comprar un sánguche de diablito, si quiera

o una humilde empanada de caraotas negras que llevar a su amada que lo aguarda famélica.

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La mejor forma de comer jamón

En 1956, el grupo de empresarios que distribuye Underwood Deviled Ham compra la franquicia a la empresa norteamericana propietaria y la rebautiza como Diablitos Underwood. El 26 de julio de 1960 se constituye la empresa Diablitos Compañía Anónima (DIVECA, C.A) y el 9 de febrero de 1961 empieza a funcionar en Cagua, estado Aragua, la planta de producción de Diablitos Underwwod, con materia prima y mano de obra venezolana.

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De tal forma, que luego de un poco más de 65 años, este alimento deja de ser un producto importado, para élites y con acento norteamericano a uno criollo y de consumo masivo. Esta integración fue facilitada desde la publicidad.

“Siempre se vendió como una comida que podías llevar para todos lados. Con el tiempo se hizo el abre fácil para la lonchera. Antes le hacías al niño el sanduchito, pero ahora le enviabas las galletas o pan y el diablito y el chamo lo armaba. Recuerdo que hicimos una campaña dirigida a los niños que estaban en el colegio. Todos nuestros empleados querían trabajar en estas campañas porque era divertido. De hecho, esa era una de nuestras líneas, la diversión. Decir que con Diablitos se hacían amigos, por ejemplo. La otra era la tradición, mostrarlo como un alimento que venía de tus abuelos”, profundiza Chibás.

En efecto, es difícil encontrar en Venezuela un producto que pueda resumir la evolución del mensaje publicitario. Del aviso desplegado en la prensa a las redes sociales, Diablitos Underwood posee una historia muy rica en cuanto a frases y slogans utilizados.

“Invitados encantados con estos emparedados. Hay que ver cómo deleitan los emparedados, bocadillos y canapés hechos con jamón del Diablito Rojo, la exquisita pasta de jamón superior famoso en el mundo entero. Sírvalo a diario, en su propia casa, como entremés. Exija el producto legítimo,» se lee en un aviso publicado en el Diario Ahora, el cuatro de abril de 1940. Allí puede verse el estilo que definiría a la marca, muy similar al actual y por primera vez se observa el uso de “Diablito”, como una respuesta al mote que ya era popular en la calle.

Luego de la dictadura perezjimenista, y la apertura de los medios de comunicación, Diablitos se lanzó a la conquista del mercado, con grandes anuncios publicitarios. Revistas, vallas y televisión fueron parte de la artillería utilizada. Luis Bigott, publicista venezolano, asegura en El Inmigrante que transformó la mesa del venezolano que la marca hacía énfasis en “situaciones de consumo de exteriores (parques, playa, casa, campo. Siempre el compartir en familia era el común en las piezas publicitarias”.

En 1963, Diablitos debuta en la televisión. Le encargan a Aníbal Abreu el jingle comercial. El músico y compositor fue el director musical del programa Lo de hoy, que conducía Renny Otolina en Radio Caracas Televisión. Luego trabajó 26 años en Venevisión y fue el autor de la famosa marcha que escuchamos en cada evento clave para la sociedad venezolana. Fundador de SACVEN, creó el pegajoso y trascendental “Diablitos Underwood, la mejor forma de comer jamón”. “Ese cierre musical formaba parte de la tradición publicitaria cuando se creó. Esa frase, como ‘solo a Tío Rico se le pudo ocurrir’, eran de uso común en la publicidad de entonces. Esos cierres pertenecían a los músicos y eran negociados por las agencias y los clientes para ser utilizados en cualquiera de sus productos.

Por otro lado, la publicidad anteriormente era menos segmentada, para alcanzar a la mayor cantidad de público posible. Entonces, a fuerza de repetición en los medios masivos lograbas contagiar estos mensajes construidos musicalmente con elementos profesionales.

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«Con Diablitos sucedió algo muy complejo: la construcción de una Love Marc, que en criollo significa entrañable, por la disposición que siempre tuvo en el mercado y por los valores que comunicaba”, analiza Lenín Pérez Pérez, vicepresidente creativo de Depp Saatchi & Saatchi.

Para Pérez Pérez, “La mejor forma de comer jamón” no solo funcionó como jingle: “Funcionaba para posicionar, pero también hablaba de la calidad del producto y respondía a comentarios maliciosos que pudieran haber alrededor de la marca. Todo ello resuelto de una manera amable, armónica, invitante y con música, que es el lenguaje universal”.

El publicista da su visión sobre la fusión entre la marca y el consumidor: “Terminó formando parte de una identidad, de nuestra cultura. El propio consumidor le otorgó un lugar en su propia historia. Incluso aquellas personas que por algún tipo de creencia o dieta particular no lo compran saben que es un producto que ocupa un lugar privilegiado en ese inventario emocional del venezolano.

Han existido intentos claros de generar productos que compitan directamente, pero el nombre que terminó convirtiéndose en genérico es Diablitos, y eso es un activo de marca que cualquiera envidiaría”.

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“Cuando me planteaste el tema, me pareció muy divertido. Porque Diablitos siempre está asociado a la travesura y fíjate que sale en un país que tiene a los Diablos de Yare, que son Patrimonio de la Humanidad. La artista Valentina Alvarez realizó una exposición, uniendo a estos dos elementos, que representan, si lo ves bien, dos religiones, la que celebra el Corpus Christi y la culinaria”, cuenta Helena Ibarra.

“Mi origen es el diseño gráfico, entonces un día entre una cosa y la otra, trabajando con un colega diseñador con una máscara de Yare salió la asociación. ¿Qué pasa si le pongo a los Diablitos Underwood, la máscara de Yare? Fue una asociación de dos pilares de nuestra identidad. El trabajo se inició revisando cada máscara, que tienen sicologías diferentes. Llegué a digitalizar más de veinte. Una vez que las tuve, fue un ejercicio muy simple”, recuerda Álvarez.

La obra de Álvarez tiene dos grandes versiones. La gráfica, bidimensional, que pueden ver ilustrando este reportaje. Y una segunda, más compleja: “Debuté como artista en la Primera Bienal de Artes gráficas que se hizo en el Museo Cruz Diez, en 1998 y en 2000, en la segunda edición, presenté una versión tridimensional. Es de tres metros de ancho, con uno cincuenta de alto y tres niveles. Los diablitos tienen como 60 centímetros de altura, en acrílico rojo. Los elementos giran por el viento y entonces se ven como si los diablitos estuvieran bailando. Luego, en 2002, la llevé al Séptimo Salón de Obras de Arte de Yare, que se realizó en la Casa Bolívar de San Francisco. Exactamente el día del Corpus Christi. Fue muy lindo porque los Diablos verdaderos entraron y posaron frente a la obra”.

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Hay una anécdota muy significativa. Cuando tuve la idea, se la muestro a diseñadores y colegas porque la pensaba como parte de una campaña publicitaria, con valla de cinco metros. Me parecía que quedaría preciosa. Entonces un colega me dice ´tienes que tener cuidado con los derechos de autor, porque te los pueden robar’, otro me decía, ‘debes tener cuidado porque te pueden demandar’. Cada recomendación era peor que a la otra. Así que fui al SAPI (Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual) y me enteré que las ideas no se registran sino los proyectos, que tenía que gastar una fortuna pagando un abogado, para pagar el proceso de legalización de la propuesta y tantas cosas más que un día me encontré en la noche llorando y preguntándome qué hago con este peo. Ahí tomé la decisión. ¡Que me demanden! De alguna manera la obra iba a ser vista y así me conocerían. Lamentablemente no sucedió. Cuando la Underwood vio la obra, porque la galerista sin consultarme se las presentó, les gustó muchísimo. Patrocinaron la invitación y tomaron fotos, acogieron la propuesta muy bien”, rememora Álvarez entre risas.

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La artista grafica la influencia de la marca en la psiquis del venezolano: “Fue una gran decepción una vez que fui a Estados Unidos y me conseguí una lata de Diablitos. Dije ¡coño ni siquiera el Diablitos es nuestro! Yo de verdad creía que era nuestro. Nunca me plantee como interrogante el por qué aparecía Underwood en la marca. Para mí era simplemente Diablitos”.

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La chef Helena Ibarra explica ese sentido de pertenencia desde el sentimiento que puede generar una comida: “Para mí el Diablitos es ante todo una textura. Es el jamoncito molido. Una cremita, en un país tan emocional y tan afectuoso, como el nuestro, es más interesante que un pedazo de jamón, al que hay que masticar y dices ‘qué fastidio’. Es como un cariñito. Y también creo que su éxito industrial se debe a este paladar que empieza desde pequeño, es parte de tu memoria”.

Chibás lo asocia a un instinto primario: “Creo que el sabor es muy rico. No he conocido a alguien que me diga ‘no me gusta’. Es una comida a la que accedes desde niñito. Entonces es un sabor adquirido, pero es un sabor que también le gusta a los adultos. Y fundamentalmente te llena, te alimenta y en Venezuela el tema de la alimentación siempre ha sido importante”.

¿Diablito socialista?

La mayor prueba de resistencia que presentó Diablitos fue la ebullición del movimiento fitness y el desprecio por cualquier alimento que fuera sinónimo de grasa. “Eso fue hace como 20 años, era una época en que se decía que comer grasa era malo. Como cuando decían que comer huevo era malo y ahora no. Cuando empezó la fiebre por lo fitness y las dietas, se hicieron estudios. Muchos decían que había que evolucionar y se hicieron pruebas con un Diablitos light que no llegó a salir al mercado. Hubo un rechazo total. Y sí, llegó a bajar la venta, pero fue insignificante. La gente empezó a probar otros productos similares que salieron al mercado, sin embargo volvían”, confiesa Chibás.

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La segunda fue una campaña de desprestigio. “Básicamente es algo que siempre hacen con los productos de comida, los competidores. Decían que en la fábrica habían ratas o que el producto no es jamón y cosas así. Pero Yo misma fui a la fábrica y vi el control de calidad. Es jamón y lo que le da un color más oscurito son las especies”, ahonda Chibás.

Ahora Diablitos enfrenta un round más complicado: la venta a Lengfeld INC, un grupo con poca o nula experiencia en el ramo. General Mills se la había comprado en 2001 a Pillsbury. “Desconozco las razones”, dice Chibás. “Nos han dicho que van a continuar con nosotros como agencia. Si yo tuviera el dinero, también la habría comprado. Es una marca muy dura”, añade.

Sin embargo, una fuente confesó que Mills se había cansado de las trabas para mantener sus operaciones en el país: “Como empresa gringa, se salieron por todos los dolores de cabeza laborales. Estas multinacionales dicen ¿para qué me quedo? Importar lo que necesiten les cuesta mucho, sobre todo acceder a los dólares y no poder sacarlos. Tampoco están dispuestos a pagar extorsiones para que puedan trabajar normalmente. Ya habían dejado de traer las barras alimenticias (Natural Valley) y ahora esto. En el caso de Diablitos, importaban las especies, que es parte del secreto de su sabor y las latas. Y a eso se sumó el sindicato de trabajadores, que con esta división política, también generaban más rollos. Así que decidieron cortar por lo sano”.

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“Hoy la empresa vive con dificultades porque buena parte del negocio caducó”, dijo José Santiago Núñez Gómez, presidente de la junta directiva de Lengfeld INC, a El Estímulo, para explicar el por qué los anteriores dueños vendieron. En efecto, General Mills informó el pasado 23 de marzo, al presentar sus balances financieros, que tras la venta registrarán una pérdida de 35 millones de dólares. Y que en 2015 acumuló pérdidas cambiarias por el orden de los 7 millones de dólares, todo producto del control cambiario.

Chibás asegura que desconoce el motivo de la venta: “Lo que sé es que viene una campaña, para decir ‘aquí estamos’. Al principio hubo muchas noticias, se decía que Diablitos se iba y no es así. Este año cumplen 120 en el mercado. Dudo que exista otra marca con ese historial en el país. Sé de varias madres que estaban de duelo porque se dijo que Diablitos se iba de Venezuela. Afortunadamente no es así”. Se quedan, pero el apellido sí se va. Según una fuente consultada, la marca podría refundarse como “Diablitos de Venezuela”, un nombre que solo oficializaría el sentimiento de un país.

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