Aunque cada vez hay más personas que optan por un restaurante u hotel, en suelo luso la noche del 24 de diciembre es costumbre pasarla en familia, cada uno en su casa.
«Es un día austero y por eso se come bacalao, porque es un alimento tradicionalmente barato», explicó Antonio Filipe, camarero del Restaurante Lamentina de Lisboa.
A pesar de su reducido tamaño -su población es de 10,5 millones de personas-, Portugal es el mayor comprador de bacalao del mundo, ya que consume el 25 % del total, lo que da una idea de su importancia en la gastronomía lusa. Cocinado de innumerables formas -puede servirse cocido, asado, a la brasa o frito-, su presencia en la Navidad portuguesa es el clásico entre los clásicos.
Este pescado, de cuerpo simétrico, está integrado en la tradición portuguesa desde que los intrépidos navegantes del país entraron en contacto con él en el siglo XIV, a pesar de que no se encuentra en sus costas.
Hoy en día, ya no es tan barato como antaño e incluso se considera un alimento de elite. Aún así, los portugueses siguen haciendo sirviéndolo en Nochebuena.
No obstante, hay zonas de Portugal donde la carne de cerdo -otro producto frecuente entre los clásicos portugueses- gana terreno frente al bacalao, especialmente en el norte del país.
De postre, en Nochebuena se sirve el «Bolo Rei», una especie de dulce denso, en forma de corona y relleno con frutas confitadas.
Después de la cena, en Portugal -país con una pronunciada tradición católica- hay quien mantiene la costumbre de asistir a la misa del Gallo, sobre todo en los núcleos rurales.
Al día siguiente, el de Navidad, lo más habitual es aprovechar las sobras de la cena del 24. «Se mezcla todo y se fríe con ajo y aceite, acompañado por huevos y patatas», aseguró Antonio Filipe, quien reveló que esta «solución gastronómica» lleva el nombre de «ropa vieja».
En Nochevieja, sin embargo, se abren las puertas a productos más refinados y caros, con el pavo y el marisco como actores principales.
«Se hace una cena más noble y mucha gente sale a cenar fuera», destacó Fernando Oliveira, dueño del restaurante Crisfama, localizado en el barrio de Alfama, corazón de la capital lusa.
«El bacalao sale de la mesa el último día del año para dar paso a la carne y la comida más cara», explicó el restaurador, quien recordó que a medianoche la tradición pasa por acompañar las doce campanadas que dan paso al Año Nuevo con otras tantas uvas pasas y brindar «con champán o con algún otro licor».
Al día siguiente, se vuelven a aprovechar las sobras de la cena y la «ropa vieja» es, de nuevo, la protagonista en forma de platos como el arroz de marisco.