El café ha sido objeto de controversias desde que se conoció en el mundo occidental. Pero algo prueba la historia: tiene relación con las grandes revoluciones intelectuales y con los grandes pensadores, de cualquier época
El café, misteriosa bebida -negra y amarga, fragante y suave- desconocida para un mundo acostumbrado al vino y la cerveza, ha sido objeto de todo tipo de controversias desde su conocimiento en el mundo occidental.
Los historiadores coinciden que su origen fue en la antigua Abisinia. Debido a su fuerza estimulante se tejieron todo tipo de leyendas y relatos a su alrededor por su comprobado efecto en la renovación de energías.
Se considera que los sufíes, una rama mística del Islam, fueron los primeros consumidores de café. Lo adoptaron como bebida para mantenerse despiertos durante las largas y ceremoniosas actividades religiosas nocturnas cuando los participantes se acercaban a Dios a través de cánticos y danzas repetitivas. Por lo tanto el café tiene su toque místico porque nació como una bebida de carácter religioso.
Cuando comenzó a expandirse por el mundo, el café fue adorado, satanizado, desechado, polemizado, tratado como exótico y hasta de infusión medicinal, casi una panacea, especie de remedio universal.
Por esa razón se consumía en grandes cantidades hasta que se convirtió en un bien comercial que generó importantes negocios de altísimo valor, tal es así que desde hace tiempo se cotiza en la bolsa.
Un trío sin competencia
El chocolate, el té y el café, consideradas exóticas en Europa, revolucionaron las sociedades del Viejo Continente. Llegaron de lugares muy remotos: el cacao de América; el café de Abisinia (Etiopía) y también de cultivos en tierras americanas; y el té de las lejanas India y China.
El café daría nombre a establecimientos especializados -así como los refinados salones de té y las elegantes chocolaterías- resultado de las transformaciones sociales de la época y de la futura evolución de la sociedad europea.
José Rafael Lovera, en su obra “Retablo Gastronómico de Venezuela” señala acertadamente:
“En el siglo XVIII irrumpió definitivamente el café, primero en los expendios públicos y luego, colándose por entre las grietas del libre pensamiento ilustrado, en los salones de la aristocracia. Su aroma penetrante, su tinto color, su delgadez, su amargor, contrastaban con el chocolate. Ambas bebidas calientes se tomaban a sorbos, y entre sorbo y sorbo era necesario llenar el tiempo”.
El siglo de las luces
La popularidad del café creó espacios públicos con lujo y confort. De inmediato la clase burguesa pasó a ocupar esos lugares para hacerlos sus centros de sociabilidad.
Aparecieron los cafés concert, literarios, políticos, cafés cantantes con orquestas. Los contertulios podían hacer uso de material de lectura como revistas, periódicos, libros, participar en juegos de naipes, recitales y conciertos.
El café llegó a convertirse en uno de los signos de las “luces” en toda Europa.
El café, inteligencia y razón
Tiene mucho sentido que la inteligencia se asociase con el culto al café, una bebida idónea para el intercambio de ideas, fomentar la educación y superación personal, así como la sociabilidad y tertulias intelectuales.
Antonio Bonet Correa en Los cafés históricos, el salón del hombre moderno señala: “Hay una relación muy significativa del hombre moderno que quiere ser moderno con esta bebida. Mientras el chocolate se asocia al reaccionario o al cura, el café es una infusión que remite a conversaciones, a gente que está en el mundo, que lee el periódico…».
En su obra La historia del mundo en seis tragos, Tom Standge observa que como el café no lo conocieron en la antigüedad ni griegos ni romanos, beberlo era otra manera de los pensadores del siglo XVII para superar las limitaciones de aquel mundo pasado. “El café era el gran estimulante -comenta- la bebida de la claridad mental, el epítome de la modernidad y el progreso”.
Café revolucionario
La difusión del nuevo racionalismo en Europa tuvo su reflejo en la popularización del café, que fomentaba la agudeza y la claridad del pensamiento, la discusión ideológica, avivaba y exaltaba el espíritu.
El historiador Jules Michelet escribió: “Bebieron café Buffon, Diderot y Rosseau; el café inyectó ardor en las almas cálidas y luz en la vida penetrante de los profetas que se reunían en el antro de Procopio, y que vieron en el fondo de su negro brebaje el futuro relámpago del 89: la Revolución Francesa. El café nació revolucionario”.
En la tarde del 12 de julio de 1789, frente al Café de Foy, en París, una muchedumbre escuchaba el discurso apasionado y el grito “A las armas ciudadanos…” del joven abogado Camille Desmoulins.
Este fue el detonante que dio inicio a la Revolución Francesa. Dos días después el pueblo asaltó la prisión de la Bastilla.
Café, ritos y gastronomía
Una serie de rituales y ceremonias comenzaron a generarse alrededor de estas tres bebidas que ya dejaban su exotismo para convertirse en un cotidiano de alcurnia.
Aparecieron objetos ad-hoc para su consumo como chocolateras, cafeteras, teteras y todos los adminículos que les acompañan para su correcta utilización, y lo que es muy importante elegante servicio.
Por supuesto los cocineros desarrollaron los acompañamientos culinarios, tanto dulces como salados, para hacer más placentero el momento de ingerir una buena taza de estas bebidas.
Los primeros cafés
El primer café comercial de Europa abrió en Oxford en 1650 y dos años después se inauguró el de Londres, ciudad que contó con famosos cafés a los que concurrían personas de la misma ocupación o de gustos e intereses similares.
La Bolsa de Londres debe su existencia a un café regentado por Jonathan Miles, que debido a la clientela que lo frecuentaba se convirtió en la sede central de los corredores de valores.
Los cafés se convirtieron en centro de activad intelectual. Llegó a decirse que eran las “universidades a penique” porque cualquier mortal podía entrar, escuchar y hasta participar en las conversaciones por un penique o dos, que era el precio de una taza de humeante café.
En esa época corría un poemilla que rezaba así: “No existe universidad de mayor excelencia, pues por un penique puedes ser una eminencia”.
En Francia el primer café se abrió en Marsella en 1654 y en París en 1688 el Café de Procopio (Francesco Procopio dei Coltelli (nacido en Palermo en 1651) abrió sus puertas y tuvo la suerte de tener muy cerca la Comedia Francesa por lo que rápidamente pasó a ser el centro de intelectuales, novelistas, artistas, todo el mundo cultural y de renombre de esa época.
La cultura del espresso
Italia figura como uno de los principales consumidores y cultores de café. Las famosas máquinas de café espresso son invención italiana. Venecia era un estado poderoso que tenía el comercio exclusivo con Oriente. En 1683 está registrada la primera venta de café en Venecia.
En 1644 el comerciante veneciano Piero della Valle refirió el siguiente comentario:
“Los turcos tienen una bebida de color negro, que durante el verano es refrescante y en invierno calienta sin modificar su contenido. Se debe beber caliente y a tragos largos, nunca a la hora de la cena. Se ingiere lentamente mientras hablan con los amigos. No se puede encontrar ninguna reunión entre ellos donde no la beban”.
Los históricos de Turín
Las ideas de libertad y renovación, que sirvieron de base para el llamado Risorgimento italiano en el siglo XIX, crecieron en los famosos cafés históricos de Turín. Los más importantes políticos, intelectuales y pensadores de la península llegaron a la antigua capital de Italia huyendo de las persecuciones.
En Turín es obligado visitar los famosos cafés históricos como el Baratti & Milano, Torino, San Carlo, Mulassano, Fiorio, Al Bicerin.
Sus mesas son testigos mudos donde al calor de la aromática bebida, y en el debate de intensas tertulias se tejieron intrigas, estrategias, confabulaciones, pactos y discusiones de alta política para lograr la unificación del reino.
Un tema para cada café
En Madrid la costumbre del café fue bienvenida y se abrieron innumerables lugares por toda la villa. Algunos eran literarios, otros de peñas taurinas o de artistas con ambiente bohemio.
El Café del Ángel, el Café Gijón, el Café de Pombo, la Fontana de Oro, el Café Levante, el Imperial, el Universal o el Café de Fornos en Madrid eran algunos de los lugares donde el aroma, las mullidas butacas de terciopelo, el ambiente a media luz y el rumor de la tertulia le daban un aire de intriga y clandestinidad.
Cada café tenía un tipo de tertuliano y tema. En el Café de Pombo se prohibió hablar de la guerra a partir del 1936, pero era un tópico habitual en otros locales.
Abundaban escritores y poetas tanto nuevos como consagrados en el Café de Levante. En palabras de Valle-Inclán: “el de Levante ha ejercido más influencia en la literatura y en el arte contemporáneo que dos o tres universidades y academias”.
El Café de Fornos, en la calle de Alcalá, recibía un público muy variopinto como artistas, escritores, actores, toreros y futbolistas. Surgieron muchos cafés dedicados al cante y baile flamenco o los cafés con orquestas y cantantes de cuplé, género musical enraizado en el alma de Madrid.
Café Gijón, que en sus inició tuvo aires refinados pero sin sacrificar su espíritu de local de barrio. Su ubicación atrajo a pesos pesados de la literatura, que se acercaban hasta Recoletos para tomarse un café o una horchata.
Sus mesas de mármol convocaron a Santiago Ramón y Cajal, Benito Pérez Galdós, Valle-Inclán, Camilo José Cela. Pero no sólo fue un lugar de ricas conversaciones sino que también se creó un premio literario que llevó el nombre de Café Gijón.
Un aspecto relevante de los cafés es que debido a que en ellos se congregaba gente de pensamiento profundo y fueron espacios donde también se “colaron” las libertades.
Hoy continúa reuniendo a escritores del siglo XXI. Los temas y las preocupaciones están allí.
Para estrenar un libro
Con los nuevos tiempos también llegan nuevos placeres, aunque hay algunos viejos que se niegan a desaparecer, uno de ellos es el de romper el celofán de un libro y hojearlo pausadamente o, simplemente, tener la emoción de leerse la primera página apenas se ha comprado el ejemplar.
Eso es posible en los cafés librerías, ya que después de ser dueño de la obra editorial, uno se va a la mesa, con ese autor y con la compañía silenciosa y aromática de un café e inicia el recorrido por las páginas, antes de llegar a casa.
Esperemos que muchos puedan superar la pandemia y continuar brindando pausas placenteras a los lectores empedernidos.
Cibercafé virtual pero real
No es gratuito que uno de los acontecimientos más importantes de las últimas décadas como es la aparición de la Internet se adueñara del café, espacio nacido varios siglos antes pero muy familiares entre sí, porque en conclusión ambos cumplen fines similares, búsqueda de información.
La red de redes es precisamente un intercambio y búsqueda constante de ideas y los antiguos o tradicionales cafés siguen siendo centros para socializar e informarse del acontecer diario.
En el cibercafé se mezclan lo real y lo virtual donde la navegación se democratiza porque los que no tienen acceso a una computadora para viajar por el ciberespacio, en estos lugares de encuentro es posible por poco dinero.
Tom Standge en su texto La historia del mundo en seis tragos, hace la siguiente reflexión:
«¿Acaso es una sorpresa que el centro actual de la cultura del café, la ciudad de Seattle, sede de la cadena Starbucks sea también donde tienen su sede algunas de las más importantes empresas de software e Internet? La relación con la innovación, la razón y el trabajo en red -con una pizca de fervor revolucionario- tiene un largo historial”.
Bibliografía
Tom Standage. La historia del mundo en seis tragos: de la cerveza de los faraones a la Coca-Cola. Barcelona: Debate, 2006
Luis Benito García Álvarez. Beber y Saber. Una historia cultural de las bebidas, 2005
José Rafael Lovera. Retablo Gastronómico de Venezuela, 2014
Antonio Bonet Correa. Los cafés históricos, el salón del hombre moderno, 2012
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